Las bibliotecas de los escritores encierran más preguntas que respuestas
¿Qué sucede con los libros de los escritores cuando fallecen? Estos preciados ejemplares, que han acompañado al autor toda su vida, pueden terminar en un contenedor o bibliotecas y luego ser vendidos en un mercadillo. Los herederos suelen enfrentarse a la difícil decisión de qué hacer con ellos: ¿venderlos, tirarlos, donarlos?
Juan Bonilla y Jesús Marchamalo, expertos en el tema, han explorado qué ocurre con estas colecciones. Ben Clark, reciente ganador del Premio Nacional de la Crítica de Poesía, ha organizado jornadas sobre bibliotecas privadas e institucionales en la Casa Gerald Brenan, bajo la dirección de Alfredo Taján.
Marchamalo ha visitado más de 60 bibliotecas personales de escritores. El dilema surge al decidir cómo ordenar estos libros: alfabéticamente, por temas o por afinidades. Algunos agrupan los libros de sus amigos escritores, mientras que otros, como Javier Marías, eliminan las cubiertas de los libros.
Actualmente, muchas librerías organizan los libros de una misma editorial juntos. Esta tendencia se observa en librerías como Rayuela en Málaga y La Central en Madrid. Algunos escritores también adoptan este enfoque, reflejando su afinidad por ciertas editoriales.
Destino de las bibliotecas personales de escritores
Marcos Giralt Torrente tiene dos zonas en su biblioteca: una para autores vivos y otra para los fallecidos, lo que refleja el crecimiento constante de autores fallecidos en su colección. Por otro lado, Antonio Muñoz Molina y Elvira Lindo comparten su biblioteca, mientras que Mario Vargas Llosa tiene sus libros distribuidos en varias ciudades y continentes.
Felipe Navarro critica la idea de tener estanterías llenas de libros en lugar de una gran pantalla que muestre imágenes fugaces. A pesar de esta ironía, Navarro continúa comprando múltiples ediciones de sus libros favoritos, como «Cien años de soledad» y «Kaddish por el hijo no nacido».
Bonilla, por su parte, cree que la disposición ideal de sus libros debería ser cronológica para reflejar su evolución como lector. Sin embargo, admite no saber el orden exacto en que leyó a algunos autores. Antonio Soler ha mantenido un registro meticuloso de sus lecturas desde la adolescencia, creando una cartografía única de su recorrido literario.
Como dice Bonilla, nadie planea tener unas bibliotecas de escritores; esta se forma y puede desaparecer por un incendio, una inundación o un accidente. Las bibliotecas pueden quedar vacías tras la muerte del autor. Con suerte, su nombre se perpetuó en una fundación o biblioteca pública.
Pero, ¿quién leerá esos libros que una vez fueron tan queridos? ¿Serán visitadas por nuevos lectores o quedarán olvidadas en cajas sin abrir, solo accesibles en horarios estrictos?